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La locutorcita que yo fui

Mi vocación por el periodismo se la debo en gran medida a la locución. Podría parecer raro, porque aun cuando ambas profesiones confluyen en los medios de comunicación y a veces en una misma persona, en realidad están alejadas una de la otra en su perfil.

Comenzó cuando apenas tenía 10 años y con otras amiguitas entré en un círculo de interés de Radio Difusión, en mi natal Colón, más por embullo y curiosidad que otra cosa.


Un buen día, después de haber visitado varias veces la emisora municipal Radio Llanura de Colón, la coordinadora del círculo, Noraida Crespo Galindo, nos otorgó una ocupación a cada cual: periodistas, locutores, fonotecaria, directora de programa y editor.

A mí me tocó ser locutora, junto a Leibyn y Yarilis. Poco después las tres éramos además las locutoras habituales del programa infantil Niñito Cubano, que por esa época transmitía la emisora de lunes a viernes a las cinco de la tarde.

Para una niña de quinto grado que había crecido hasta los 9 años en una finca en medio del campo, escuchar su voz por radio era increíble, sobre todo porque en esa época el miedo escénico me asaltaba con frecuencia.

La primera vez frente al micrófono las manos me sudaban a mares, y la voz me temblaba. Pero como buena lectora, superé mis miedos, y estuve haciendo el programa por dos años.

Aquello era como jugar a ser locutora, y cada grabación era una aventura que vivía a plenitud. Entonces Radio Llanura de Colón me parecía inmensa y tener espacio en ella era un privilegio que a pesar de la corta edad sabía valorar y cuidar.

De aquellos años guardo con cariño las experiencias en las exposiciones municipales de Círculos de Interés, en el Palacio de Pioneros, donde siempre éramos una atracción, pues montábamos nuestra radiobase para el evento, y cada tarde hacíamos un programita que escuchaban todos los que asistían.

Recuerdo con un cariño especial a Gladis Méndez Capote, directora de programas de Radio Llanura, y a quien le tocó guiarnos después de Noraida. A Gladis la recuerdo pequeñita de tamaño, casi más que yo; pero con sobrada dulzura y paciencia.

En ese tiempo me aventuré a escribir dos o tres guiones para Niñito Cubano, que con unos cuantos arreglos salieron al aire; y cuando mi voz cambió un poco, me propusieron hacer otro programa: Cita estudiantil.

Al terminar la secundaria concluyó también mi experiencia como locutora, pero la radio me había sembrado el bichito, que al terminar mis estudios preuniversitarios me hizo decidirme por el periodismo.

En la carrera, tengo que confesar, que fui muy mal alumna de locución. El profesor Orestes Martell, me dijo que tenía voz nasal, y eso bastó para que yo misma comprendiera que mi camino estaba lejos de la Radio o la Televisión. Además, ya en segundo año me había enamorado perdidamente y para siempre de la prensa escrita.

No volví a pararme, o mejor, sentarme ante un micrófono hasta 2006, cuando tras algunos cabezazos con quienes me dirigían en la prensa escrita, llegué a Radio 26. Y aunque ya atesoraba mi experiencia en la niñez, la primera vez que entré a grabar al estudio informativo temblaba como un papel y la voz sonaba falsa, sobreactuada y extremadamente aguda.

Isis Martínez y Magalis Bernal, ambas locutoras intentaron ayudarme con sus consejos, pero creo que no tengo remedio. Aún hoy no me acostumbro, y mi respeto por la locución crece cada vez más cuando me toca (y eso es a diario) grabar mi voz para un trabajo periodístico.

La locución, creo yo, exige antes que nada aptitud, y aun cuando me aventuré siendo una niña, considero que no tengo la fibra. La locución fue para mí solo un atrevimiento de la infancia que me abrió el camino hacia el mundo del periodismo.

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